El día 8 de septiembre de 1967, fue declarado por la ONU y la UNESCO como el Día Internacional de la Alfabetización. Este propósito se centra en despertar conciencia en toda una comunidad internacional, frente al fenómeno del analfabetismo, con el ánimo de que se comprometa a nivel mundial en materia de educación y desarrollo.
Aún así, existen estadísticas preocupantes que tienden a desvirtuar los logros alcanzados:
Se estima que más de 850 millones de jóvenes y adultos en el mundo, no saben leer ni escribir, y en cuestión de género las dos terceras partes son mujeres.
La tristeza es más grande cuando se divulgan cifras que informan que existen aproximadamente 120 millones de niños sin oportunidad escolar básica, que de igual forma las dos terceras partes son niñas.
Parece algo de nunca acabar, y por el contrario, se siente como si el analfabetismo tuviera sus ’’reservas humanas’’ que garantizan sus sostenibilidad en el tiempo, el espacio y en la sociedad.
Para fortalecer el desagrado de la reserva en el analfabetismo, la desesperanza se mantiene si se tiene en cuenta que de acuerdo con los informes de la Organización Internacional del Trabajo OIT en la actualidad más de 240 millones de niños de todo el mundo trabajan para ayudar a sostener económicamente a su familia y de ellos 170 millones lo hacen en condiciones de explotación laboral despiadada, poniendo en riesgo su salud; niños que con el correr de los días dan en su evolución vital, una jerarquía de primer orden al trabajo, por la obtención del dinero y que lo educativo no es su prioridad, en el peor de los casos no pasa por sus mentes volver a la escuela; otros posibles analfabetas del futuro, con seguridad.
Las estadísticas que se presentan a nivel mundial, deben superar la reflexión pasiva de los gobernantes, administrativos, economistas, educadores, profesionales en general y a todas aquellas personas que en su cotidianidad pueden pensar que el problema del analfabetismo es un problema de todas y todos para que desde su actuar individual aporte un granito de arena hacia la búsqueda de su disminución. La UNESCO ha publicado informes de seguimiento acerca de la alfabetización más baja en algunas regiones del mundo. Por ejemplo, Asia Meridional y Occidental (58.6%), el África Subsahariana (59.7%) y los Estados Unidos Árabes (62.7%). Los países donde se registran las peores tasas de alfabetización son Burkina Faso (12.8%), Níger (14.4%) y Malí (19%). El conocimiento de la geografía no interesa para saber con exactitud la ubicación de estos territorios, lo que sí debe importar es que estos países reflejan una de las pobrezas más grandes del mundo, bien sea en economía, en desarrollo social y humano sostenible o en apertura globalizante mundial.
El informe revela el nexo que se da entre el analfabetismo y la extrema pobreza, y estima que en Bangladesh, Etiopía, Ghana, India, Mozambique y Nepal la tasa de la alfabetización de la población adulta se sitúa por debajo del 63% y el número de analfabetas supera los 5 millones, consecuencia de la pobreza, pues más de las tres cuartas partes de la población sólo viven con un salario de menos de dos dólares diarios.
Aún así, existen estadísticas preocupantes que tienden a desvirtuar los logros alcanzados:
Se estima que más de 850 millones de jóvenes y adultos en el mundo, no saben leer ni escribir, y en cuestión de género las dos terceras partes son mujeres.
La tristeza es más grande cuando se divulgan cifras que informan que existen aproximadamente 120 millones de niños sin oportunidad escolar básica, que de igual forma las dos terceras partes son niñas.
Parece algo de nunca acabar, y por el contrario, se siente como si el analfabetismo tuviera sus ’’reservas humanas’’ que garantizan sus sostenibilidad en el tiempo, el espacio y en la sociedad.
Para fortalecer el desagrado de la reserva en el analfabetismo, la desesperanza se mantiene si se tiene en cuenta que de acuerdo con los informes de la Organización Internacional del Trabajo OIT en la actualidad más de 240 millones de niños de todo el mundo trabajan para ayudar a sostener económicamente a su familia y de ellos 170 millones lo hacen en condiciones de explotación laboral despiadada, poniendo en riesgo su salud; niños que con el correr de los días dan en su evolución vital, una jerarquía de primer orden al trabajo, por la obtención del dinero y que lo educativo no es su prioridad, en el peor de los casos no pasa por sus mentes volver a la escuela; otros posibles analfabetas del futuro, con seguridad.
Las estadísticas que se presentan a nivel mundial, deben superar la reflexión pasiva de los gobernantes, administrativos, economistas, educadores, profesionales en general y a todas aquellas personas que en su cotidianidad pueden pensar que el problema del analfabetismo es un problema de todas y todos para que desde su actuar individual aporte un granito de arena hacia la búsqueda de su disminución. La UNESCO ha publicado informes de seguimiento acerca de la alfabetización más baja en algunas regiones del mundo. Por ejemplo, Asia Meridional y Occidental (58.6%), el África Subsahariana (59.7%) y los Estados Unidos Árabes (62.7%). Los países donde se registran las peores tasas de alfabetización son Burkina Faso (12.8%), Níger (14.4%) y Malí (19%). El conocimiento de la geografía no interesa para saber con exactitud la ubicación de estos territorios, lo que sí debe importar es que estos países reflejan una de las pobrezas más grandes del mundo, bien sea en economía, en desarrollo social y humano sostenible o en apertura globalizante mundial.
El informe revela el nexo que se da entre el analfabetismo y la extrema pobreza, y estima que en Bangladesh, Etiopía, Ghana, India, Mozambique y Nepal la tasa de la alfabetización de la población adulta se sitúa por debajo del 63% y el número de analfabetas supera los 5 millones, consecuencia de la pobreza, pues más de las tres cuartas partes de la población sólo viven con un salario de menos de dos dólares diarios.
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